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Del muerto puño y letra       

El comisario Andrada era reconocido como hombre honesto con vasta trayectoria al servicio de la ley. Ni una sola mancha ensombrecía su foja de servicios. Con cada logro obtuvo una medalla, las tenía a raudales, desbordaban su orgullo.

Era admirado por todos, quizás por eso no le agradaba pensar en su retiro. Jamás habría esperado enfrentar la decisión más difícil de su carrera a último momento y así ocurrió, la prueba de fuego le llegó cuando estaba a punto de jubilarse.

 

Parecía un caso simple, máxime cuando la escena apuntaba a que se trataba de suicidio. Tenía a su disposición todos los elementos para dar por resuelta la investigación, pero sus ojos sagaces advirtieron un pequeño detalle ocurrido durante la pesquisa. A lo largo del resto de su vida maldijo no haber estado distraído en ese momento y murió preguntándose si no habrían existido instancias anteriores en las cuales actuó mal por estar desatento.

 

La disyuntiva nació ante la dudosa actitud del detective Soca, quien faltó al protocolo y bajo el supuesto que nadie se había percatado, escondió en su bolsillo un sobre que llevaba el muerto entre sus ropas.

 

Tras esto Soca salió simulando ir a fumar. Andrada lo siguió con la mirada y advirtió que aquél, olvidando encender el cigarrillo, abría el sobre y leía la nota que portaba.

 

Andrada no dudó ni un instante en llamar al orden a Soca y exigirle la entrega del documento sustraído. Cuando lo hizo le sonó extraño que el otro dijera: —¿Está seguro? —mientras acompañaba su pregunta con una mirada pérfida que, lejos de mostrar amedrentamiento, parecía prevenirlo y acaso desafiarlo.

 

Y apenas unos segundos después Soca agregó:

—Debemos evitar una mala decisión. Quizás usted aún no haya sido notificado, pero el hijo de este hombre era uno de tres delincuentes asesinados hace unos días en un ajuste de cuentas entre criminales. Es evidente que este hombre no pudo resistir la pérdida y se auto eliminó.

 

Haciendo caso omiso a los comentarios y sin decir palabra Andrada comenzó a leer la nota. Era manuscrita pero perfectamente legible, y aunque no la encabezaba destinatario alguno, por su contenido resultó evidente a quien estaba dirigida:

 

“Digno Caballero:

Aunque usted no me conoce ni yo le conocía, entiendo justo antes que nada presentarle mis amplias disculpas; por más que usted también debiera pedirlas (sin ánimo de ofender), quizás con algo más de bríos y a más gente que yo.

Se preguntará y con sana causa quién soy y qué argumentos motivan mi osadía. Tratándose de un asunto delicado, pienso que usted no vería mal que me extendiera un poco en llegar al meollo del asunto, de ese modo evitaremos que surjan dudas en cuanto a la oportunidad de esta misiva.

Usted vea buen señor, que durante años debí costear mis estudios antropológicos realizando tareas en una carpintería. A la postre, en lugar de un título universitario califiqué como Oficial Carpintero. De todas formas, he dejado de ejercer tan noble actividad hace dos años, cuando la mueblería Espléndida redujo su nómina de personal.

Abrí entonces mi propio taller, con tan precario equipo y maquinaria que en un descuido perdí índice y pulgar de mano izquierda, junto a toda posibilidad de continuar con mi oficio. En su lugar realizo pequeñas tareas de limpieza algo especiales, ya verá a qué me refiero.

Fíjese usted, ha dado la casualidad que hace un par de semanas pasara por el discreto Bar Descorcha. Suelo entrar por una puerta, recorrer el lugar y salir por la puerta que da a la otra calle. En eso andaba, lo acostumbro hacer a diario, empujado por la necesidad de encontrar algún dinero para llevar a casa

En una de las mesas cercanas a mi trayecto se hallaba usted y aquella dama tan bonita, usted recordará, hablo de la noche en que perdió de vista su ordenador portátil. Por supuesto, lejos estaba de saber que aquél hombre afortunado se trataba de su persona (acepto no estar demasiado informado en algunos asuntos) y debe creerme si le aseguro que de haberlo conocido no lo hubiera hecho.

De identificarlo habría resistido la tentación, por supuesto, como buen amateur en estas nuevas actividades que me he visto obligado a realizar. Pero cuando las cosas se dan torcidas ya lo sabe, no hay quien pueda. Por supuesto, así como cualquier hijo de vecino vería de enderezarlas, yo lo intento ahora.

Recuerde que usted se puso a discutir entonces con ella, o ella con usted (¿ubica la situación?) Creo que por un collar, no alcancé a comprender el detalle pues aquél maletín me atraía demasiado. Tampoco sabía que se trataba de una computadora y vea que curioso, no sé por qué, se me dio con que adentro había joyas. Hoy para el caso da lo mismo.

Por eso la discusión, atrayendo la curiosidad de todos los presentes a pesar de sus discretos afanes para disimularla, calzó bien con mis intenciones. Ahí fue que aproveché su distracción para atrapar el estuche con su laptop y desaparecer. O sea que fui yo, sí, y créame que lo lamento.

Luego, en casa, mi hijo Julio me explicó qué cosa era en realidad su hermoso maletín. Él es muy inteligente, ya lo verá, y me siento tan orgulloso que me da mucha pena pensar en su futuro.

Tal vez señor usted no me entienda, pero vea, son escasas las posibilidades que ofrece el mundo actual, y usted en eso no ha colaborado en absoluto (espero que desde ahora intente hacerlo aunque sea un poco).

Recuerdo que hace un tiempo Julio me preguntó (él piensa cosas raras, pero de ser avispado, nada más), qué nombre se le da al que recibe dinero por un trabajo que, o bien no realiza o lo hace en mala forma, pero no creo que estuviese aludiendo a nadie en particular, cosas que se les ocurren a los jóvenes, tan idealistas como son. Al menos yo, siempre cumplí con las exigencias de mi trabajo, eso le dije y él lo aceptó (no así el dueño de la Espléndida, pero esa es otra cuestión).

Le decía que Julio me mostró al detalle el funcionamiento del aparato y la verdad que es una maravilla. Le permití entretenerse con el artefacto durante algunos días, y aunque llegó a comentarme que sabía a quién había pertenecido, no le puse atención (debí hacerlo, al menos por el murmullo misterioso con que lo dijo). Pero en ese momento a mí me preocupaba que ya fueran más de las cinco de la tarde y nuevamente nos acostaríamos sin cenar. Me preocupé, parece que a mi mujer con la panza vacía no le funciona el deseo. ¿Entiende? Y yo no tengo las diversas chances suyas estimado señor.

De haberme dado cuenta cabal de la importancia de su persona usted no tendría ningún motivo para preocuparse. Ni siquiera por la pérdida de un bien tan valioso, pues de inmediato habría encontrado la forma de hacérselo llegar, tal es la consideración que usted me merece.

La cosa comenzó a cautivarme (vaya a saber por qué), cuando mi hijo comentó algo sobre ciertos archivos que requerían contraseña, y a pesar que él había perdido interés en ellos, lo desafié a que hallara la clave.

Lo logró, conste que no le resultó fácil, y eso habla bien de la sagacidad que usted ha puesto de manifiesto a la hora de elegir contraseñas. Nuestra curiosidad, sin embargo, pudo más que vuestra habilidad y lo vimos todo. Por cierto, debemos agradecer y recompensar a dos amigos de Julito que saben mucho del tema y colaboraron intensamente.

Confieso que nos dio harto miedo poseer esa información, cosa que aún nos sucede, y decidir qué hacer con ella no fue tarea sencilla. Un detalle interesante, a propósito del miedo, es que mi mujer tiene la idea de que con esto estoy metiendo la cabeza en las fauces del tigre (las mujeres por todo ponen el grito en el cielo, no haga caso). Además ya le he dicho que estamos haciendo negocios con una persona educada, un caballero que no en vano llegó al merecido sitial que ocupa.

Como pudimos apreciar, a diferencia nuestra, el dinero no es problema para usted, ya que con los desvíos de fondos presupuestales correspondientes al sistema carcelario podrían mantenerse indefinidamente varias familia como la nuestra. Amigo, eso lo ha puesto usted muy claro.

Por otra parte, si eso no bastase están las partidas originadas en las salidas extraordinarias de los presidiarios acomodados (usted las llama “prebendas”) No hemos sumado todavía la totalidad de los importes recibidos de algunos políticos y empresarios por “Diligencias delicadas” (según sus expresiones), ya que en ese rubro sí que se ha puesto usted por demás enigmático (tras leer sobre mi hombro la frase anterior, cosa que no me agrada, Julio acaba de decirme que en dos o tres días más la faena estará lista). Es que resta analizar los contratos y las licitaciones, para lo cual anda en busca de un contable.

Él se ha marchado ahora, luego de asegurarme que ha bajado a disquete toda esa información y la conserva a buen recaudo para ser remitida, como último y lamentable recurso, a varios juzgados (seguramente en alguno de ellos cuenta usted con buenos camaradas); confiamos en que de no llegar a ningún acuerdo podamos hallar, al menos, un fiscal honesto y con buena disposición para indagarlo. Pero no tema, y disculpe nuevamente mi osadía, no llevamos intención de perjudicarlo ni dejar en mala posición sus finanzas ni su reputación.

Cuando me refiero a su reputación, por supuesto, es en clara alusión a las fotografías. Debe ser de buena calidad su cámara digital, pues la definición es espectacular y por cierto, nos deleitamos mucho observando las muy bien logradas tomas (la joven posee un cuerpo exquisito... ¡A propósito! ¿Es menor, no es cierto?).

Perdone nuevamente usted, no es falta de respeto sino un pequeño exceso de confianza al que me ha llevado esta conversación, pero huelga decir que emparda más con la dignidad de su cargo la compañía de la otra dama, la del bar.

A pesar que Julio no la conoció aventuró que debe tratarse de su secretaria, pues encontró algunos egresos indicados claramente en su contabilidad con tal destino (¿Es la del bar su secretaria, lo es la jovencita, o hay otra?).

Coincidimos con mi hijo y sus amigos en aceptar que, aun a sus años, usted domina con acierto el catálogo de posiciones del Kama Sutra (realmente al verlo, y discúlpeme usted, nadie imaginaría en su persona tan exigente y creativo apetito sexual)

Mi hijo especulaba en cuanto a la opinión que de las fotografías darían su hija y su distinguida señora, pero sin maldad, no es que en modo alguno haya sugerido la posibilidad de entregárselas a ellas.

Lo que sí opino y repito, entiendo con total acierto, es que seguramente usted estará dispuesto a retribuirnos (módicamente, no somos codiciosos), por la entrega de este ingenioso aparatito de los tiempos que corren. Nuestra única pretensión es un año de tranquilidad económica. ¡No se alarme! Tenga presente que con sus gastos de una semana nosotros vivimos holgadamente más de un mes. Inclusive, no le exigimos considerar vacaciones ni aguinaldo (a no ser que lo entienda merecido por no haber sido abusivos en nuestra demanda) ¿Nos sorprenderá usted con algo así? Semejante actitud nos haría muy felices.

Justamente recién debí interrumpir la escritura de este borrador (que buen tiempo me lleva pues mi intención es que esté a la altura de su cultura) y que en cuanto esté listo mi hijo imprimirá desde su vetusto PC o lo fotocopiará, no sé, para enviárselo. Julito me llamó pues usted estaba en la tele, y pude escuchar su discurso a propósito de la lucha contra la criminalidad.

Concuerdo con usted: “Hay que hallar los mecanismos para que las personas decentes puedan llevar su existencia con plena tranquilidad” ¡Qué más quisiéramos! Pero está difícil encontrar trabajo ¿Comprende? Ya lo creo que sí, su señoría es inteligente. Y de algo hay que vivir señor, nadie roba por robar. ¿O me equivoco? ¿Acaso alguien puede tener actitudes dolosas como norma de vida? ¿Puede algún hombre considerado afanarse en llegar al poder para lucrar y despilfarrar los dineros públicos? ¡Sálveme el Señor! Yo esto lo acepto únicamente cuando es la necesidad la que empuja a los desgraciados hacia el delito, y tengo a mi hijo de testigo que no me deja mentir.

Lo cierto es que he sentido como una obligación manifestarle todo esto y resumir que, si coincide con nuestras apreciaciones, encontrará al pie de esta carta el número del apartado postal donde deberá realizar los depósitos. Tras la primera entrega usted recibirá, cómodamente instalado en su oficina, sanos y salvos, los datos y la computadora (ya me encargaré de convencer a Julio de reintegrársela. Descuento que será una pequeña batalla familiar pues él la adora)

A la espera de su sana comprensión, me despido de usted señor Alcalde y desde ya, gracias por todo.”

 Terminada la lectura Andrada doblo la nota en silencio, la volvió a introducir en el sobre y recién entonces levantó la cabeza para observar a Soca, quien de inmediato reiteró su pregunta:

 

—¿Qué decisión tomará al respecto? —Su rostro dejaba ver cierto grado de preocupación. 

Andrada debía decidir si cerraba el caso o tomaba la carta como prueba para ir a fondo en la investigación y llegar a las últimas consecuencias. Estaba cansado, esta avalancha lo superaba. Representaba meses de audiencias en los juzgados, citación a testigos, acoso de la prensa... También la caída de Soca, su seguro reemplazo, y quien sabe cuántos efectivos más.

—Entiendo que no es fácil —agregó Soca simulando no estar nervioso.

—Al contrario, no hay dudas que ha sido un suicidio. Tanta retórica irónica no cambia nada –dijo Andrada. Luego, al tiempo que devolvía el sobre a Soca, extendió su mano con la nota y le dijo con gesto de insatisfacción:

 

—Tome, entréguesela a su jefe para que se quede tranquilo y de paso se gana unos elogios.

Soca sonrió: – ¡A la orden señor Comisario!

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